Las letras caen una a una al igual que las lágrimas que riegan la cálida arena.
Caigo, me levanto y vuelvo a caer y me vuelvo a levantar.
La casa quedó completamente vacia. Solo quedan frias sombras de la resaca de amar y ágrios deseos de querer partir ya -ninguna de las dos cosas vale la pena en realidad-.
Ruegos a dioses sordos, lamentos dionisiacos en donde el acohol no deja cicatrizar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario