miércoles, 2 de enero de 2013

piltrafitas

Viera mano, allá en mi pueblo todo es bien alegre pero más tranquilo, bien chilero, bien pacífico a menos que le haga miraditas a la gente chueca.


Camino bajo el sol y siento la brisa tropical en mis labios, los píes se calientan al transitar sobre el ardiente asfalto, la decadencia está impregnada en cada centímetro de este ingrato lugar.

Pistudos y pobres del alma, meca del ruido, palacio de lo grotesco, atrofiados del corazón, pobres de empatía y millonarios, jueces y parte, individuos mezquinos que vomitan juicios de valor.

Entiendo como son porque tengo corazón de plástico y soy alma errante, deambulo entre aquí y allá sin saber bajo que sombra ponerme a descansar. Pareciera que tengo mil ojos pero no, solo conozco lo mejor y lo peor de diversos mundos, un cosmopolita de octava mano dirían por ahí.

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Acá en la ciudad todo es más rápido, más ajetreado, más corridito mi amigo pero estoy seguro que si usté se pone pilas le agarra el ritmo rapidito, solo es cuestión que sea chispudo.

El frío me revienta los labios que solo saben besar envases marrones que contienen refrescantes líquidos embrutecedores, guardo mis manitas en los bolsillos de mi desvencijado abrigo para mitigar el sentimiento de estar aterido en esta tierra que no es la mía. ¿Cómo le hacen los otros costeños para soportar los cambios de clima?

Pistudos y pobres del alma, egoistas, ensimismados, agazapados en su solitaria vida se protegen de nosotros los extraños, los que invadimos su jungla de concreto y no los culpo yo tampoco confiaría en alguien que voluntariamente sale de su hábitat en una búsqueda azarosa en un lugar hostil.

Ellos y nosotros. No vengo a decirle quién es peor porque nunca terminaría este parrafito, vengo a decirle que todos somos criaturas ariscas y solitarias. Viera mi amigo, la cuestión central es que existimos piltrafitas que no encajamos en ningún lugar.